Comenzamos una serie destinada a
analizar la evolución de la organización territorial de la península
Ibérica en general y de España en particular a lo largo de la historia.
Iniciamos el recorrido en la etapa prerromana y lo terminaremos con el
Estado actual de las Autonomías. Como siempre, en este recorrido
echaremos mano de los mapas.
La península Ibérica fue ocupada en origen por pueblos de distintas procedencias que no llevaron a cabo ninguna división administrativa.
No se trataba por tanto de una organización territorial, sino de una
serie de pueblos asentados en diferentes territorios, sin una
organización del territorio específica ni diferencial. Por ello, siendo
rigurosos, debe utilizarse el nombre de
“pueblos ibéricos” y no de “pueblo ibérico”, ya que nunca constituyeron
una unidad política o una entidad socialmente organizada.
La historiografía tradicional ha identificado a los pueblos indígenas prerromanos de la península ibérica con las categorías “iberos y celtas“.
Aunque obsoleta en cuanto a determinados extremos que se han demostrado
erróneos, la clasificación sigue teniendo validez genérica.
Las sociedades ibéricas
se organizaban en tribus agrupadas en torno a familias poderosas
lideradas por un régulo, príncipe o jefe militar. Junto a la
aristocracia militar y propietaria, convivían campesinos y artesanos
vinculados a ésta por lazos de dependencia económica.
Por su parte, los celtas
se establecen en el centro y norte de la península procedentes de
centroeuropa hacia el 1200 a.C., como clanes guerreros organizados
gentiliciamente. Existía entre ellos una fuerte jerarquización social y
económica en torno a la función militar.
El mapa
muestra la distribución del territorio peninsular entre los principales
pueblos y grupos de pueblos citados en las fuentes clásicas. A grandes
rasgos, sigue un criterio étnico-lingüístico. En naranja, los pueblos
“preindoeuropeos-iberos”, a los que hay que añadir, en azul claro, la
zona turdetana, ambas las de mayor contacto con los pueblos
colonizadores.
La zona
centro, oeste y sur aparece diferenciada entre los pueblos
“indoeuropeos-celtas” (en color claro), los pueblos
“indoeuropeos-preceltas” (en color rosado) y los pueblos “aquitanos o
protovascos”, que son lingüísicamente preindoeuropeos, como los iberos,
mientras que culturalmente son más similares a los de la zona
septentrional.
Julio
Caro Baroja clasificó a todos estos pueblos en áreas culturales
atendiendo a su ubicación geográfica y características sociales y
económicas. Por un lado estarían los pueblos del norte (cántabros,
vascones, astures, galaicos…), que practicaban una economía más
rudimentaria (cultivo y recolección) en parte condicionada por las
condiciones climáticas y geográficas. Su aislamiento sería decisivo en
la tardía romanización de estos pueblos.
Por
otro lado se situarían los pueblos de la meseta central (celtíberos,
carpetanos y oretanos del este, vetones al oeste), que practicaban una
economía basada en la agricultura y la ganadería, con asentamientos de
mayor consideración y un incipiente urbanismo.
Pueblos colonizadores
Durante el I milenio a. C. se produjo un
intenso contacto, especialmente en el este y sur peninsular, entre los
pueblos “autóctonos” y los colonizadores históricos provenientes del
Mediterráneo oriental, fundamentalmente fenicios, griegos y
cartagineses.
El primer pueblo mediterráneo en aparecer en la península fueron los fenicios.
Lo hicieron hacia el S. VIII a.C. y con su llegada introdujeron
técnicas metalúrgicas y de alfarería que contribuyeron al surgimiento de
la cultura tartésica.
Tartessos
fue un reino del suroeste peninsular surgido de la síntesis de las
culturas autóctonas y la de los colonizadores mediterráneos (griegos y
fenicios). Su riqueza estaba en el control de los yacimientos minerales y
su auge se produjo en el S. VII y parte del VI a.C., hasta que los
cartagineses arrasaron los asentamientos urbanos de Tartessos.
Durante el S. VI a.c., los foceos
(jonios de Asia menor, griegos) fundaron colonias en el norte del
mediterráneo occidental (en la zona de Ampurias). Posteriormente, los
cartagineses comenzaron su expansión por la península fundando diversas
colonias. Ni la colonización griega ni la fenicia trasladaron a la
península sus instituciones político-administrativas ni su ordenamiento
jurídico. Se limitaban a fundar factorías con fines económicos y
reclutar mercenarios.
Desde el S. III a.c. aparecen ya en la Península Ibérica los grandes poblados u “oppida”
con cierto grado de desarrollo urbanístico. Son evidentes ya signos de
intercambio o fusión entre las culturas ibérica y celta, hasta el punto
de que el mundo grecolatino acuñó el término “celtíbero“.
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